Desconcierto corporal


Sin enfocar la vista hacia delante, veo ilustrados mis pensamientos. Me siento en el mismo lugar cada diciembre para expresarme. Ahora lleno de rabia, un enfado pasajero que carece de cuerpo. Carece de cuerpo, y esto mismo podría ser buen título para este año. Ocupa la totalidad de mi cabeza pero sin pesar absolutamente nada. Leve. Rotunda. Ya no sé si hablo de esta rabia o de este año, y es que se confunden los dos personajes y acabaran por asesinarme, como a Cortázar.
Continuidad en las aceras de mis sesos. Continuidad en las llanuras de mi espacio político. Y en los parques, cómo no. La puerta del salón, y entonces el puñal en la mano. La luz de los ventanales, el alto respaldo de un sillón de terciopelo verde, la cabeza del hombre en el sillón leyendo una novela.
Agazapado detrás de la puerta observo como ese cuerpo de hombre que no conozco (y que a veces me da pudor ajeno) escribe, piensa y vuelve a escribir. Al mismo tiempo es capaz de reflexionar acerca de otros temas entrando en bucles que no se van a desenredar o simplemente concentrarse en la otra y solo desconcentrarse para volver a centrarse en otro que aparezca más nuevo y más vital. Yo no me atrevería a llamarle distraído, porque ponerle nombre me desconcierta todavía más.
Agazapado detrás de la puerta percibo su olor corporal, es de las únicas cosas que le pertenece y por la que podríamos decir que el título de estos pasajes no tiene sentido alguno. Ahora veo un niño que escribe con la misma fluidez pero distintas palabras. Que piensa con la misma viscosidad pero distintos temas. Que se concibe con la misma dificultad pero distintos sujetos. Veo el cuerpo de un niño que parece triste y que sigue desconcertando a la gente, pero todavía no se desconcierta a sí mismo.
Unos brazos pequeños, un vientre pequeño y sin pelo, una cabeza grande y unos músculos que querían saludar a quien se cruzasen por delante. Un corazón roto y en ese pesar, toda una vida, y en esa vida, el texto y en ese texto, un cuerpo lleno que parece triste porque desborda y no sabe contenerse.
Nunca puedes estar seguro de nada. Dijiste con 15 años y vaticinabas así una locura que se iba a perpetuar a lo largo de tu literatura. Con tu cuerpo pequeño querías amar y sentirte amado. Amar es de cuerdos, también conozco a quién dijo eso.
Ahora te ves en tus sueños de antaño y ves más cuerpos. Cuerpos masculinos por los que sientes atracción. Pero aquí la atracción ya no juega un papel sexual o un papel cortesano. Aquí jugaba un papel identitario, la atracción simbolizaba el yo en los otros. La posesión del yo que el otro cuerpo me arrebataba con sus cualidades y ambiciones. Y yo confundía atracción, con deseo, con fascinación, con sufrimiento, con amor, con pubertad y sexo. El llorar si te veo, el temer si apareces. Así interactuó el cuerpo con mi mente cuando crecía y cambiaba. La realidad innata y jamás alcanzable, la que plasman los mitos clásicos y ahora intentabas reproducir con solo 12 o 13 años. Un héroe sin armadura. Innata y jamás alcanzable, lo he dicho bien y sin querer decirlo así. La realidad que ya corría por tu sangre frente aquella que el deseo describe y decora. ¿Que había de mí en el otro?
Vergüenza, sentías. El cuerpo era vergonzoso porque otros cuerpos se habían apoderado de partes del tuyo. Esta atracción jugaba un papel identitario porque poseía todos tus sentidos. Concebir el cuerpo del hombre en evolución, sus dimensiones, la pubertad anticipada, las formas, los gestos y la sexualidad. Las primeras experiencias con la desnudez, la ansiada desnudez siempre en cuanto al otro. Buscando afuera. El primer pene. La primera curva en la cadera. Las primeras zonas con vello. La masturbación. La locura. La metamorfosis. La transición. La separación cuerpo, alma y otros, y más que separación la fragmentación y partición de tu identidad entre cuerpo, alma y otros. Una locura. Un monstruo. Gregor Samsa pasó por lo mismo y no se quejó tanto en comparación, puede que con esas patitas no se pudiese masturbar.
Referentes que mostraban almas con sus cuerpos. Pieles blancas, pieles negras, ojos claros, ojos oscuros qué más da. Rasgos faciales suaves y el gesto del niño en el hombre. El gesto del niño que se hace hombre en la cama, feroz en el bosque y atrevido en el cielo. La cara infantil que ruge y esconde una bestia. ¡Soy yo! ¡Por favor dime que soy yo! ¡Quiero verme así! ¿Estás ahí? Te quiero, quiero que estés sobre mí, en mí, detrás de mí. No tengo tiempo suficiente para mostrarte el sufrimiento que significa para mí olerte, besarte o captar imágenes de tu cuerpo sin ropa. Dime la verdad, solo te pido que me digas que se trata de mí ese cuerpo que veo. Y mi yo era tan grande y tan hombre, que dejó de entender a la mujer en su sexualidad.
Y de repente aparece una madre y crees darle (o quitarle, que es más sugerente) sentido a todo esto. Hay una madre que cuida y ampara. Que cuidó y amparó. O incluso que nunca lo hizo, pero en todos hubo vulnerabilidad y en algún momento nos creímos que podíamos dejar de mostrarla. Porque ser vulnerables no está escrito en ningún documento. Se cree a veces (inconscientes) que la vulnerabilidad depende del cuerpo. Y visto así, tiene sentido de repente una infancia expectante. Un amor materno que daba miedo y deshacía. Derretía y no había explicación. Una inyección de amor materno a los 11 era como transformarse de repente en un embrión. Un cuerpo de 11, una mente de quien sabe qué la compone. De repente un cuerpo de 21, y una mente que ya no se percibe a sí misma, sino que se observa agazapada desde detrás de la puerta. Y la madre detrás. Y cada cual más desconcertado.
Mírame, el que prefiere que los otros tengan razón, pero lo siente distinto. Los ignorados que están salvando el mundo diría Borges (y en el fondo sé que algo de razón tiene). De repente, en una de aquellas trifulcas, vuelvo a gritarme un poco y a proyectarme otro poco y comprendo que el amor materno, es algo que un hijo nunca podrá llegar a entender. ¡Vaya con mi madre! Qué resulta que no me lanzaba rocas a la cabeza, sino mensajes de amor. ¿Qué sensación despiertan en mi madre mis posiciones políticas, mis estructuras mentales y mis desconciertos corporales? Nuevas locuras de las que no me atrevo a divagar lo más mínimo, y si lo hiciese sería en otro contexto, porque aquí soy yo el que importa y me sobro a mí mismo y sin mí no hay mundo y sin mi luz el sol no brilla de la misma manera y yo y mi ego y mi manera de percibir y sentir. ¿Y qué hay de mí en todo eso? ¿Y quién soy yo para sacar conclusiones si me veo desde fuera y no me reconozco?
Me toco constantemente, para comprobar que sigo ahí. Una vez salí en busca del mar y después de horas, me encontraron cara a cara, yo y el mar. Vociferando. Le grité que lo había encontrado, que ahora no le iba a servir de nada esconderse (esto me lo aconsejó una tía loca del señor Linh). Y me encontraron así, el mar también me encontró. Cuando me encontraron sabían perfectamente que estaba diciendo estupideces y que me tenía que callar. Cuando me encontraron yo me sentía capaz de todo. Cuando me encontraron el único que sabía lo que estaba pasando era el mar y decidió callarse.
El mar (digamos que es él, porque no), me ha ido mandando señales desde entonces y así mis decisiones han sido unas u otras. Aun así, la masa madre es la misma. Decidí elegir la ciencia entre la literatura, la medicina entre las ciencias y el ser humano entre la medicina. Y acerté. Acerté porque cualquier cosa que sea que me rodee me va a hacer igual de infeliz. Y esa infelicidad maldita es la masa madre de la que hablo.
Porque ahora percibo y siento y doy explicación a la vida. Y le pongo la dosis de literatura que yo crea, que siempre es poca. Y leo los libros que el tiempo me permite que siempre es poco. Y estudio y dejo de lado las cosas que las ganas me dicen y siempre son pocas. Y estoy en 7 sitios al mismo tiempo y son pocos porque podrían ser 8 (y medio si hacemos unas pequeñas modificaciones). Un día me dije a mi mismo que tengo menos necesidad de dar respuestas, de potenciar la creatividad y el existencialismo a lo que me llega del exterior. Dije un día eso y ahora no comprendo porque, si solo hay que leer estas páginas para saber que potencio constantemente el ser creativo en todo pero siempre es poco.
Jaume Cabré le dijo a mi madre que yo de mayor iba a ser historiador de las ideas,  ahora que sigo siendo pequeño puedo decir que de mayor quiero serlo. Mi madre me pregunto que qué me haría feliz (hipotéticamente hablando), yo le dije que hipotéticamente me gustaría dedicar todo el tiempo que actualmente dedico a la medicina, al pensamiento, y mi madre me dijo que me seguiría faltando tiempo, que soy una persona insatisfecha, un poeta maldito de por vida. Y mi madre me maldijo así al nacer y me sigue viendo en grandes personajes de novelas que tal y como nacen ya han muerto. Y no soy tan importante realmente, solo que siempre tengo poco tiempo para hacer lo que realmente quiero y es que el infinito es inalcanzable, pero no a mis ojos. Será que lo único inalcanzable a mis ojos es el amor materno. Por eso las trifulcas. Y los odiosos odios. Y Saioa. Y María. Y las mujeres. Y yo, que con lo complejo que me creo acabo por abandonarme en la locura (porque es mi zona de confort).

2018 y las ciénagas.

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